Transcurría
helada la tarde, un rígido día invernal. Estaba lloviendo y yo esperaba
inquieto a que llegara mi novia. Cuando charlamos por última vez por teléfono,
oía su voz quebrada y melancólica. Algo le preocupaba.
— Cariño – Respondí – ¿Cómo estás?
— Tenemos que vernos – Contestó su voz al otro lado con
tono lastimero – Tengo que contarte algo, pero debo verte.
— Claro, dime en dónde nos vemos.
— En el bar de la universidad – Inquieta respondió y
prosiguió - ¿podrías venir lo más rápido que puedas?
— Bueno, allá nos vemos.
— Ok – Contestó y dejó escapar un sollozo – Adiós, te
espero.
Tras
colgar el teléfono, yo salí hacia el encuentro. Una vez que llegué al bar ella no estaba aún, se retrasó al encuentro. Por
su tono triste me imaginaba lo peor, quizá quería dejarme. Me ahogaba en mis
crudas cavilaciones, tenía miedo de lo que tenía que decirme. Para recobrar ya
mi casi extinto valor, pedí un vaso de ron. Lo bebí sosegado y me mantuve lo
más tranquilo posible, debía tener fría mente para lo que vendría o para lo que
tenía que tratar con la chica.
Tras un prolongado tiempo de espera apareció. Me levanté lo más ligero posible que pude del taburete y con paso rápido fui a encontrarla. Quise saludarla de beso, pero giró su cara y me apartó de ella. ¿Qué pasaba? Mis reflexiones se volvían reales, quería dejarme.
— Tenemos que hablar – Inició con voz quebrada.
— Dime lo que quieras decirme – Musité furioso y seguido
dibujé una falsa sonrisa en mi rostro.
— Sabes que te quiero…
— ¿Me vas a dejar? – Interrumpí.
Su
cara perdió color, se tornó pálida y apretaba sus temblorosas manos. Se
mostraba nerviosa y sus ojos denotaban llanto, pero se domaba. Suspiró breve y
armándose de valor hizo un ademán de afirmación a mi objeción.
— ¿Por qué me dejas? – Inquirí – por lo menos, ¡si alguna
vez me quisiste dame una razón!
— Tranquilízate – Trató de domarme, pero fue inútil – es
que dudo de nuestra relación.
— ¿Dudas? – Me dominó totalmente la ira e intenté
golpearle la cara, pero me contuve y proseguí - ¡¿dudas de qué?!
— De que si realmente te amo – Respondió y se quebró en
llanto, pero no sentía pena por ella, sentía repulsión y odio – me avergüenzo
de ti.
— ¿Qué dices? – Grité y le sujeté entre mis brazos,
mirándole fijamente a sus llorosos ojos contesté – en verdad tú no sabes nada,
si me amaras de verdad jamás te avergonzarías de mí. ¡Es más jamás me quisiste,
sólo me ilusionaste! ¿Qué te hice yo?
— Tenía miedo de lastimarte – Se defendió ante mis
juzgamientos.
— ¿Lastimarme? Más que ahora.
— Sí, cuando me dijiste lo que sentías no quise decirte
no – Se alejó de mí, suspiró y siguió – no quería lastimarte…
— ¡Lastimarme! – No me contuve y le di una sonora
cachetada - ¿no ves lo que haces?, ¡jugaste conmigo!
— Cálmate seamos amigos – Mintió, sabía que jamás yo o
ella volveríamos a ser amigos.
— No, yo de verdad te quise – Rompí en llanto - ¡Lárgate
perra! ¡Lárgate ya! ¡Ándate si sabes lo que te conviene!
— Pero…
Le
magullé la cara con otra bofetada y ella entendió el mensaje, salió lo más
rápido que pudo del bar y se perdió entre la multitud de estudiantes. La
muchedumbre de aquel lugar me observaba, sus ojos denotaban odio y me juzgaban
de atroz ser humano. Vociferé a todos cruentas maldiciones, eso no les era de
importancia y luego de una de mis últimas groserías dispusieron dejar de
observarme. Caminé al lugar más apartado del bar, ordené una botella de whiskey
y pretendí extinguir esos sentimientos, fue inútil. Su puto recuerdo estaba en
mi memoria, sus mentiras galanes y los más quiméricos y hermosos momentos que
viví con ella. Fue en vano… no salía de mi mente.
Costeé
la botella y salí presuroso del local, fui hacía mi departamento y entre mis
pertrechos me apoderé del viejo revólver que tenía para mi defensa particular,
era muy bélico y amaba tener armas. Me santigüé y salí hacía el hogar de ella.
Ocultando el artilugio entre mis prendas, tomé un taxi y arribé rápido a su
casa. Trepé por la escalera de emergencia, me introduje cautelosamente en su
departamento y fui a paso ligero hasta su cuarto. Y allí la hallé, sollozando y
deliberando. Ella notó mi presencia cuando cerré de un portazo tras de mí la
puerta. Se sobresaltó y se levantó ágilmente de su catre.
— ¿Qué haces? – Respondió atemorizada – Pensé jamás
volver a verte.
— Si yo no te tengo – Seguí avanzando lentamente hacia
ella y con una satírica sonrisa en mi rostro – no te tendrá nadie, ¡jamás
volverás a sentir ni a amar a nadie!
— ¿Qué dices? – Vi su rostro tornarse pálido y sudoroso.
— Jamás debiste jugar – Saqué de mis prendas el revólver
y puse el frío cañón ante su pecho – tú no sientes. ¡Tú no tienes corazón!
Calló un instante y no era capaz de articular ningún
léxico, estaba fría y en un estado de shock. Me reí como demente, me acerqué a
su rostro y le robé un beso. Ella no opuso resistencia y la noté fría. Tras el
largo beso separé mis labios y sollozando tiré del gatillo. Sonó un fuerte
estruendo y en mi mente reflexioné “Te mataría para mí y me mataría por ti”.
Puse el cañón ensangrentado en mi cabeza, me recosté a su lado, sollocé un instante y con mano temblorosa halé
del gatillo…
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