martes, 5 de marzo de 2013

Te mataría para mí y me mataría por ti


Transcurría helada la tarde, un rígido día invernal. Estaba lloviendo y yo esperaba inquieto a que llegara mi novia. Cuando charlamos por última vez por teléfono, oía su voz quebrada y melancólica. Algo le preocupaba.

      Cariño – Respondí – ¿Cómo estás?
      Tenemos que vernos – Contestó su voz al otro lado con tono lastimero – Tengo que contarte algo, pero debo verte.
      Claro, dime en dónde nos vemos.
      En el bar de la universidad – Inquieta respondió y prosiguió - ¿podrías venir lo más rápido que puedas?
      Bueno, allá nos vemos.
      Ok – Contestó y dejó escapar un sollozo – Adiós, te espero.

Tras colgar el teléfono, yo salí hacia el encuentro. Una vez que llegué al bar  ella no estaba aún, se retrasó al encuentro. Por su tono triste me imaginaba lo peor, quizá quería dejarme. Me ahogaba en mis crudas cavilaciones, tenía miedo de lo que tenía que decirme. Para recobrar ya mi casi extinto valor, pedí un vaso de ron. Lo bebí sosegado y me mantuve lo más tranquilo posible, debía tener fría mente para lo que vendría o para lo que tenía que tratar con la chica.

Tras un prolongado tiempo de espera apareció. Me levanté lo más ligero posible que pude del taburete y con paso rápido fui a encontrarla. Quise saludarla de beso, pero giró su cara y me apartó de ella. ¿Qué pasaba? Mis reflexiones se volvían reales, quería dejarme.

      Tenemos que hablar – Inició con voz quebrada.
      Dime lo que quieras decirme – Musité furioso y seguido dibujé una falsa sonrisa en mi rostro.
      Sabes que te quiero…
      ¿Me vas a dejar? – Interrumpí.

Su cara perdió color, se tornó pálida y apretaba sus temblorosas manos. Se mostraba nerviosa y sus ojos denotaban llanto, pero se domaba. Suspiró breve y armándose de valor hizo un ademán de afirmación a mi objeción.

      ¿Por qué me dejas? – Inquirí – por lo menos, ¡si alguna vez me quisiste dame una razón!
      Tranquilízate – Trató de domarme, pero fue inútil – es que dudo de nuestra relación.
      ¿Dudas? – Me dominó totalmente la ira e intenté golpearle la cara, pero me contuve y proseguí - ¡¿dudas de qué?!
      De que si realmente te amo – Respondió y se quebró en llanto, pero no sentía pena por ella, sentía repulsión y odio – me avergüenzo de ti.
      ¿Qué dices? – Grité y le sujeté entre mis brazos, mirándole fijamente a sus llorosos ojos contesté – en verdad tú no sabes nada, si me amaras de verdad jamás te avergonzarías de mí. ¡Es más jamás me quisiste, sólo me ilusionaste! ¿Qué te hice yo?
      Tenía miedo de lastimarte – Se defendió ante mis juzgamientos.
      ¿Lastimarme? Más que ahora.
      Sí, cuando me dijiste lo que sentías no quise decirte no – Se alejó de mí, suspiró y siguió – no quería lastimarte…
      ¡Lastimarme! – No me contuve y le di una sonora cachetada - ¿no ves lo que haces?, ¡jugaste conmigo!
      Cálmate seamos amigos – Mintió, sabía que jamás yo o ella volveríamos a ser amigos.
      No, yo de verdad te quise – Rompí en llanto - ¡Lárgate perra! ¡Lárgate ya! ¡Ándate si sabes lo que te conviene!
      Pero…

Le magullé la cara con otra bofetada y ella entendió el mensaje, salió lo más rápido que pudo del bar y se perdió entre la multitud de estudiantes. La muchedumbre de aquel lugar me observaba, sus ojos denotaban odio y me juzgaban de atroz ser humano. Vociferé a todos cruentas maldiciones, eso no les era de importancia y luego de una de mis últimas groserías dispusieron dejar de observarme. Caminé al lugar más apartado del bar, ordené una botella de whiskey y pretendí extinguir esos sentimientos, fue inútil. Su puto recuerdo estaba en mi memoria, sus mentiras galanes y los más quiméricos y hermosos momentos que viví con ella. Fue en vano… no salía de mi mente.

Costeé la botella y salí presuroso del local, fui hacía mi departamento y entre mis pertrechos me apoderé del viejo revólver que tenía para mi defensa particular, era muy bélico y amaba tener armas. Me santigüé y salí hacía el hogar de ella. Ocultando el artilugio entre mis prendas, tomé un taxi y arribé rápido a su casa. Trepé por la escalera de emergencia, me introduje cautelosamente en su departamento y fui a paso ligero hasta su cuarto. Y allí la hallé, sollozando y deliberando. Ella notó mi presencia cuando cerré de un portazo tras de mí la puerta. Se sobresaltó y se levantó ágilmente de su catre.

      ¿Qué haces? – Respondió atemorizada – Pensé jamás volver a verte.
      Si yo no te tengo – Seguí avanzando lentamente hacia ella y con una satírica sonrisa en mi rostro – no te tendrá nadie, ¡jamás volverás a sentir ni a amar a nadie!
      ¿Qué dices? – Vi su rostro tornarse pálido y sudoroso.
      Jamás debiste jugar – Saqué de mis prendas el revólver y puse el frío cañón ante su pecho – tú no sientes. ¡Tú no tienes corazón!

Calló un instante y no era capaz de articular ningún léxico, estaba fría y en un estado de shock. Me reí como demente, me acerqué a su rostro y le robé un beso. Ella no opuso resistencia y la noté fría. Tras el largo beso separé mis labios y sollozando tiré del gatillo. Sonó un fuerte estruendo y en mi mente reflexioné “Te mataría para mí y me mataría por ti”. Puse el cañón ensangrentado en mi cabeza, me recosté a su lado, sollocé un instante y con mano temblorosa halé del gatillo…

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