Sentado en la parte más alejada posible del bar, con un libro entre mis manos y una copa al frente de mí, empiezo a meditar. Me apoyo firmemente al espaldar y sin dudarlo alzo la copa, mojo mis labios con el amargo vino. Aparto suave la copa de mis humedecidos labios e indeliberadamente inicio a reflexionar. ¿Qué hice para lograr que aquella chica se fijara en mí? Desde ya sé que defiendo una hipótesis muy equívoca, así quizá no sucedió, pero mis turbios pensamientos están confundidos. Ella abandonó todo contacto conmigo posteriormente de que hablamos por última vez. Salió conmovida y considerablemente confundida, más no por lo que tratamos en nuestras habladurías, sino por unos sentimientos viejos encontrados en aquella muchacha. La mujer en cuestión especuló que varios de sus sentimientos estaban muertos, los juzgó antes de que me conociera.
Yo sin
la menor duda, sé que le puse en contacto con sus sentimientos, es más creo que
encontré varios de aquellos sentimientos que la muchacha creyó muertos. Aquel
caballero necio y sosegado, yo, intenté conquistar su corazón con los más
bellos vocablos adornándolos con hermosas guirnaldas, ¿todo para qué? La joven
muchacha resistía firmemente a mi labia sólo como una auténtica mujer sabe
hacer. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué la motivaba a no abandonarse en una relación? No sé, sinceramente no lo sé
con exactitud. Me lo mencionó, caviló mucho aquella mujer y luego de un prolongado
silencio con la cara pálida, los ojos perdidos y con un desánimo absoluto,
contestó. Me hizo saber que ella tenía recelo, no quería que otra vez un apócrifo
caballero le enamore, caiga ante sus sentimientos y finalmente por dejarse
llevar por pasiones sentimentales, mancillen su corazón. Ella tenía miedo a
cometer un error más, un supuesto error advertía conmigo.
Yo a sus ojos era
otro patán que perseguía lastimarla, pensó que yo sólo la gozaría, advirtió que yo tendría un
romance vago con ella, me juzgó mal. Yo sabía que esas no eran mis intenciones,
yo soy un verdadero caballero y de verdad la quería, pero fracasé, no supe
ganarme su amor y mucho menos tuve el valor para decírselo directo, daba
rodeos. Esa indecisión, ese temor de perenemente perderla me infundía temor. Y
lo que comenzó como una plática de amigos se tornó rápidamente en un campo
pasional, en el cual se libraba una cruenta batalla dónde nuestros sentimientos
se veían expuestos, no sólo los míos sino también los de ella. Ambos
compartimos más de la cuenta, es más mostramos más de lo que debíamos. Ahora
sé, que ella me ve mal. Me juzga y piensa que soy otro error. Ahora que ella se
fue y la perdí, jamás volveré a verla. Ahora anhelo que algún día nos
reencontremos y que finalmente tenga la verdadera valía de decirle lo que de
verdad siento, ahora ya no con indirectas.
Observo de reojo la copa, finjo una
sonrisa y ligeramente elevo la copa con mi osca mano, observo su color rojizo y
accidentalmente dejo brotar una amarga lágrima, se hunde en el espeso líquido.
Bebo avivadamente su contenido, dejo la copa y me retiro. Mientras camino
lentamente hacia fuera del bar, en mi mente cavilo por última vez. Ojalá que el
destino me dé nueva oportunidad, esta vez sabré aprovechar, ahora me bebí mis
sentimientos y los guardaré para que si algún día ella decide retornar, sin
duda se los volveré a entregar. Sé que divago, pero es lo que el corazón
quiere, quiero a ella.
"La esencia del origen nos guía hacia un próximo renacimiento..."
ResponderEliminarQuerido escritor, esto es lo que ocurrió contigo; por fin tus raíces lideran tu personalidad, ¡tienen nuevamente el poder!, ahora solo incrementa tus obras. Tienes todo a tu favor; es verdad, se ha tornado difícil ahora que andas solo, pero la satisfacción solo te sabrá a grandeza. No os descarriles caballero fracasado.
Felicitaciones, Mateo.