Con
cansancio entré arrastrándome a mi cuarto. Abrí de un portazo la puerta de
madera, lancé lejos la mochila que llevaba a hombros y dejé sobre el velador el
libro que tenía entre manos. Me tiré cuan largo era sobre la cama y gritando de
alegría exclamé “he llegado”. Con dificultad me saqué los zapatos, los malditos
con planta rígida castigaban a mis pies. Proseguí rápido a sacarme las medias,
el pantalón y la leva (como os fijáis estaba vistiendo terno). Abrí los dos
primeros botones superiores de la camisa blanca, desabroché las mangas e
intenté sacarme esta prenda pero el cansancio fue tan grande que decidí dormir
en camisa y bóxer.
Me
metí entre sábanas y cobijas, acomodé mi despeinada cabeza y reposé sereno
mientras pensaba en diversas cosas; el trabajo, aquella chica que quería, el
libro que tenía, aquel sentimiento de hambre que me invadía y los informes que
debía presentar… rápido supongo que me quedé dormido. Entre sueños oí una voz
muy peculiar era Ilse que me gritaba “la comida está servida” a lo que yo
vociferé “cállate viejo loco, ¿no veis que estoy dormido?”. Molesto e ignorante
de mi estado el mendigo perro que tenemos por mascota en la casa empezó a
aullar, “otra vez malnacido, ¡dije bien que no ladraras en mi cuarto pedazo de
can mendigo!” y acto seguido después de vociferar maldiciones al pobre animal
le golpeé con mi almohada.
Recuerdo
que el bendito animal salió con el rabo entre las patas y dejó que siguiera
durmiendo. Pero esta felicidad poco duró cuando entró la bruja que tengo como
compañera de piso a levantarme para que los acompañe en la comida. De mala gana
me puse - mientras murmuraba groserías - una pantaloneta que estaba en el piso
y salí del cuarto desaliñado. Al llegar al comedor vi a Ilse furibundo y me
ordenó sentarme, lo hice tranquilo. La cena de mal gusto, toda quemada y
horrible delataba que el cocinero es Ilse, tanto como yo o Anna toleramos a
nuestro fracasado chef y lo alentamos a seguir con su carrera culinaria, “¿hombre
cuando dejarás de quemar hasta el agua?” eran los comentarios mal intencionados
de Anna a lo que nuestro chef molesto respondía lo más grosero posible y
ordenaba que se callara.
Cuando
hube terminado la perra cena y levantando mi plato di las gracias al chef por
la horrenda comida, salí del comedor y me dirigí a la cama otra vez, esta vez
más furioso y deseoso de conciliar algo de sueño para reponerme del laborioso
día que hoy tuve en el trabajo, ¡jamás pensé que me sobreexplotaría el jefe!
Mientras conciliaba mi sueño en mi mente ya ausente del cansancio empecé a
pensar en Terne, esa chica que me gusta.
Sentí
que mis perdidos labios sentían rozar sus finos y rosados labios, el sabor a
cereza de su boquita me deleitaba y gozaba y para completar su cuerpo tenía un
olor a perfume el cual le daba un aroma seductor. Vivía ameno con dicho beso
cuando empecé a sentir que algo lamía mi cara, asombrado desperté y horrorizado
descubrí que los finos y rosados labios se tornaron gruesos y negros, empezó a
tener un sabor a pescado y el cuerpo del canalla que me había besado desprendía
un hedor a mojado de vagabundo que jamás se había bañado, en efecto era el
perro bastardo el que me había besado.
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