Una
noche antes del asesinato. Lugar diremos que mi casa. Medianoche.
Reposo
sosegado sobre mi cama. Observo el techo. Trato de olvidar, no puedo. Es
imposible. Jamás sentí tanto odio y dolor. Cavilo unos instantes. Me levanto
muy tranquilo, sereno para ser exactos, en mi mente está dibujada la silueta de
mi enemigo, ese cobarde agresor. Jamás fue capaz de enfrentarse a mí… quiso
derrotarme de otra manera, no pudo.
Aquel que se consideraba mi amigo está ya muerto para mí, le evito, le soy tajante, le odio. Hoy con un carácter psicópata reflexiono cuál será su castigo. ¿Qué formas de deleitarme con su sufrimiento será para mí la mejor venganza? Quizá atacar a la que más quiere. Quizá humillarle. Quizá matarle. No sé.
Las
dos primeras ideas las realicé, las conseguí. Conquisté lo que más amaba, la
destruí. Humillarle lo he hecho, lo puedo hacer cuantas veces quiera, cuantas
veces desee. ¡Ah! Pero jamás realicé lo de torturarle y matarle, ¿cómo matarle? ¿cómo gozar con su muerte? Debe
sufrir antes de que muera.
Concretando
el plan. Frente a la casa del agresor. Atardecer.
Observo
de reojo por última vez al cargador. Seis balas en el cargador. Debo ser
cauteloso. El plan está estructurado, me amanecí elaborándolo no puede
estropearse la mala noche sumado a litros de café. Necesito más café. El
agresor sale de su casa. Se lo ve tranquilo. Estallo en carcajadas.
Frente
a la casa del agresor. Las manecillas del reloj suizo marcan 9:53 p.m.
Finalmente
logré colarme por la ventana, el agresor la dejó abierta. ¡Vaya patán! Aceleró
su muerte. Inspecciono la cocina, no hay café. Salí al comedor, no hay rastros
del bastardo. Registro la sala de estar, no hay nada más que unas grabaciones
caseras. ¡Espera! Las grabaciones son sobre mi novia, el agresor es morboso, le
ha estado espiando. Mi ira aumenta y aprieto con odio el arma.
En
el cuarto del agresor. Las manecillas
del reloj suizo marcan 10:01 p.m.
Mantengo
al agresor en la mira. El bastardo ruega por su inútil vida. Lo ignoro. Me
acerco a él y dibujo en mi cara una tétrica sonrisa. Estalla en sollozos. Le
golpeo con el arma en la cara, su nariz sufre una hemorragia, está rota. Sigue
rogando por su inútil vida. Lo ignoro. Alzo el arma. Apunto a su pecho. “Muere
infeliz” grito y halo del gatillo. El condenado cae ante mis pies. Sangra. Aún
no está muerto. Le pateo. Apunto de nuevo. Disparo. Finalmente está muerto.
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