lunes, 22 de abril de 2013

Venganza


Una noche antes del asesinato. Lugar diremos que mi casa. Medianoche.

Reposo sosegado sobre mi cama. Observo el techo. Trato de olvidar, no puedo. Es imposible. Jamás sentí tanto odio y dolor. Cavilo unos instantes. Me levanto muy tranquilo, sereno para ser exactos, en mi mente está dibujada la silueta de mi enemigo, ese cobarde agresor. Jamás fue capaz de enfrentarse a mí… quiso derrotarme de otra manera, no pudo.

Aquel que se consideraba mi amigo está ya muerto para mí, le evito, le soy tajante, le odio. Hoy con un carácter psicópata reflexiono cuál será su castigo. ¿Qué formas de deleitarme con su sufrimiento será para mí la mejor venganza? Quizá atacar a la que más quiere. Quizá humillarle. Quizá matarle. No sé.

Las dos primeras ideas las realicé, las conseguí. Conquisté lo que más amaba, la destruí. Humillarle lo he hecho, lo puedo hacer cuantas veces quiera, cuantas veces desee. ¡Ah! Pero jamás realicé lo de torturarle y matarle,  ¿cómo matarle? ¿cómo gozar con su muerte? Debe sufrir antes de que muera.

Concretando el plan. Frente a la casa del agresor. Atardecer.

Observo de reojo por última vez al cargador. Seis balas en el cargador. Debo ser cauteloso. El plan está estructurado, me amanecí elaborándolo no puede estropearse la mala noche sumado a litros de café. Necesito más café. El agresor sale de su casa. Se lo ve tranquilo. Estallo en carcajadas.

Frente a la casa del agresor. Las manecillas del reloj suizo marcan 9:53 p.m.

Finalmente logré colarme por la ventana, el agresor la dejó abierta. ¡Vaya patán! Aceleró su muerte. Inspecciono la cocina, no hay café. Salí al comedor, no hay rastros del bastardo. Registro la sala de estar, no hay nada más que unas grabaciones caseras. ¡Espera! Las grabaciones son sobre mi novia, el agresor es morboso, le ha estado espiando. Mi ira aumenta y aprieto con odio el arma.

En el cuarto del agresor.  Las manecillas del reloj suizo marcan 10:01 p.m.

Mantengo al agresor en la mira. El bastardo ruega por su inútil vida. Lo ignoro. Me acerco a él y dibujo en mi cara una tétrica sonrisa. Estalla en sollozos. Le golpeo con el arma en la cara, su nariz sufre una hemorragia, está rota. Sigue rogando por su inútil vida. Lo ignoro. Alzo el arma. Apunto a su pecho. “Muere infeliz” grito y halo del gatillo. El condenado cae ante mis pies. Sangra. Aún no está muerto. Le pateo. Apunto de nuevo. Disparo. Finalmente está muerto.

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