Era
difícil, en aquellos días de soledad y tristeza dónde sólo podían convivir él y
su fracaso. Los días pasaban, no había quién lo ayude a tiempo, nadie se
preocupó por preguntarle si estaba bien, si le iba bien, qué sentía o qué
pasaba. Un día, ya era muy tarde el fracaso era gigantesco, la oscuridad en su
vida le alejaba de su camino, le cegaba el violento fracaso, aquel día era muy
tarde, cuando él ya estaba a un paso de fracasar, cuando él estaba
completamente expuesto al fracaso decidieron preguntarle por qué estaba así, si
era su ignorancia la que la había conducido al fracaso, si era su desgano, su
mediocridad, no le apoyaron a tiempo, le echaron totalmente la culpa a él, lo hicieron.
Ahora
que está desesperado, que su vida no tiene luz, que su piel no tiene color, que
sus ojos están débiles, que sus ojeras son terriblemente visibles, su cara
acabada, su alborotado pelo que decidió cortar para no sentir el vano placer de
la rebeldía, su mancillados labios que no sonríen más, sus manos temblorosas,
aumentó de peso, la desesperación lo come por dentro, él no tiene la fuerza
para ayudarse, ¡grita! Él grita en silencio, sus lágrimas explotan y expresan
el máximo dolor que existe dentro de él, nadie le habla, no le comprenden, se
alejan, lo insultan, no lo apoyan, le excluyen…
Finalmente
Humberto decidió ceder, dio paso a que la oscuridad conquistara su alma, soltó
la espada, se rindió. Él no sabía a dónde llevaba todo esto, no lo comprendía,
el fracaso golpeó su cara, le hizo caer, le llevó a una realidad que él no
conocía, que no esperaba jamás tocar, que le temía. ¡Cuán loco estaba ahora!
¡Su desdicha era la más prolífica! ¿Qué sería de él que ya estaba más adentro
del fracaso que afuera, que veía con sus ojos, palpaba con sus manos y
respiraba el aire pútrido del fracaso? No quería enfrentarse al fracaso, jamás
quiso, tuvo miedo, constantemente tenía un terror absoluto al fracaso.
Cedió
finalmente ante el fracaso, no le quedaron fuerzas suficientes y menos
esperanzas, se arrojó a los brazos del monstruo, se dejó seducir, codiciaba que
le amparara, pero no sabía a qué se enfrentaba, no lo entendía, no comprendía.
Primero inició largos desvelos andando por su casa, sólo con una taza de café
con insomnio, la preocupación era mayor a su fuerza de voluntad que en vez de
abrir sus libros y estudiar, redactar los informes para el trabajo y prepararse
para su jornada diaria se lanzaba contra el pc, prendía, navegaba, pasaba su
tiempo en redes sociales, miraba pornografía, apostaba, compraba cosas
innecesarias… todo para ocultar su propio dolor, para cegarlo, para huir de la
realidad.
Las
cosas no mejoraron en su vida, sus desvelos diarios, se internó en ese mundo
virtual de vicios y placeres negativos, carcomían su alma, la esclavizaban.
Humberto un día sintió un llamado, no sabía de dónde provenía habían pasado dos
semanas desde que se arrojó con los brazos abiertos al olvido, al fracaso.
Caminaba furibundo por la casa, sin entender de dónde venía esa dulce voz
femenina que le llamaba. Entró en el cuarto de baño, se vio al espejo, habían
engordado, tenía el pelo más largo de lo que él recordaba, tenía barba, no se
había afeitado en esas dos semanas de intenso dolor y de vicios para esconderse
cual niño asustado se oculta en un rincón al ver a sus padres pelear, a su
madre buscarlo para golpearlo, a su padre para sacarle en cara todo lo que su
nacimiento le había privado, esa imagen a Humberto le causaba temor, temía
recordar su niñez. Vio su cara, pero empezó a alucinar, a sus espaldas estaba
una mujer, se dio la vuelta atónito. No estaba nadie en la habitación salvo él.
La mujer empezó a hablar:
—
Esto no te hace feliz — empezó la voz de la mujer, Humberto miraba con unos
ojos desorbitados al espejo — ¿es acaso que quiere un joven apuesto e
interesante perder su vida en ese mundo virtual?
Humberto
se sentó en una esquina del cuarto de baño, temblando y con un tétrico frío. Pensó
que largas noches de no dormir nada empezaron a surtirle un negativo efecto.
Decidió ir a dormir. Se recostó en su cama, se sumió en un instantáneo y
reponedor sueño. Los brazos de la hermana de la muerte no habían llevado a
Humberto a otros mundos, a otros viajes, a sentir diferentes sensaciones. Soñó
que él estaba en una fiesta, había mujeres, muchas, licor, pornografía, música,
bailes eróticos, entre otras cosas… él soñó todo esto puesto que su mente había
sido envenenada por el mundo virtual que convivió a su lado durante estas dos
semanas.
Humberto
se levantó, reflexionó mucho, finalmente a su juicio pensó que la voz que él
escuchó en el baño no era más que la voz del destino, que guiaba su camino.
Decidió hacerle caso fielmente, sin cavilar un instante más.
Pasó
dos semanas más con esa vida, de prostíbulo en prostíbulo, consumiendo alcohol,
drogas, tabaco, con sus amigos y con una vida desenfrenada. Parecía ser que su
fracaso se había esfumado, era el rey del mundo, él lo creía, lo tenía todo.
Siguió así, con esa vida, su fracaso le asechaba de mejor manera, le vigilaba
hasta que el vaso se llenó todo, se derramó.
Una
noche con sus amigos Humberto estaba tomando, el alcohol era de dudosa
procedencia, no tenía registro sanitario y era un licor experimental. Esa noche
se excedió de copas, hoy yace en una cama, moribundo, a punto de expirar. Ahora
el fracaso lo ha consumido, huir y esconderse no solucionó nada, le llevó al
desastre, hoy él está a punto de morir, luego de tanto dolor que se causó. Los
doctores dudan mucho de que se recupere, su cuerpo está intoxicado y no resiste
más, sumado a las noches locas que vivió y poco descanso, ha llegado a su
límite, su cuerpo no da más.
El
aparato que cuenta los latidos del corazón de Humberto está empezando a decaer,
empieza a ser más débil, más lento, las líneas son más horizontales, son
rectas. Suena el terrible “pi” del aparato, el doctor desconecta a Humberto, su
única amiga llora a su lado, acaricia su pelo. El doctor la aleja del cuarto,
tapa con una sábana el acabado rostro de él.
Que bien que está compa.
ResponderEliminar